Salmos 103:3-4
«Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias.»
Reflexión bíblica de hoy:
Cuando Dios toca tus heridas
Hay momentos en la vida en los que todo duele. El cuerpo, el alma, el corazón.
A veces nos levantamos con fuerzas apenas suficientes para dar un paso más. Otras veces, simplemente no nos levantamos.
Las heridas que llevamos —físicas, emocionales o espirituales— nos pesan, nos debilitan, y nos hacen preguntarnos si alguna vez seremos verdaderamente sanos.
Pero en medio de ese dolor, aparece una promesa que lo cambia todo: Dios es nuestro sanador.
No un sanador lejano, frío o indiferente, sino un Padre que ve cada lágrima, que escucha cada oración susurrada entre sollozos, y que se acerca con ternura para restaurar.
Él no solo sana el cuerpo; sana el corazón quebrado, la mente angustiada, el alma que ya no encuentra sentido.
Y lo hace porque es parte de su naturaleza: Él es amor, y su amor sana.
A veces pensamos que no somos dignos de su sanidad, que nuestras fallas o pecados nos alejan demasiado.
Pero este pasaje nos recuerda que Él comienza perdonando todas nuestras iniquidades. Él no se detiene en nuestra culpa, sino que la limpia.
Porque sabe que la verdadera sanidad empieza cuando el alma es liberada del peso de la condenación.
Luego, Él sana. Uno por uno, esos dolores ocultos que nadie ve. Las dolencias del cuerpo, sí, pero también las dolencias del alma que se han convertido en cadenas.
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Él sana lo que el tiempo no pudo, lo que los demás no entendieron, lo que nosotros mismos ya habíamos enterrado.
Y cuando parece que ya no hay salida, cuando todo parece perdido, Él rescata nuestra vida del hoyo.
¿Sabes cuántas veces Dios te ha salvado de caer más profundo?
¿Cuántas veces te ha sostenido justo cuando ibas a rendirte?
Cada vez que tu corazón volvió a latir con esperanza, fue su mano sacándote del abismo.
Y no solo eso: después de perdonar, sanar y rescatar, Él corona tu vida.
No con castigos ni reproches, sino con favores y misericordias.
Dios no solo quiere levantarte, quiere que camines en dignidad, con la frente en alto, como hijo amado que ha sido tocado por su gracia.
Quizás hoy estás enfrentando una enfermedad, una pérdida o una herida emocional que no sabes cómo sanar.
Quizás has intentado muchas cosas, pero nada ha funcionado. Hoy quiero decirte: ¡Dios puede hacerlo! Su poder no tiene límites.
Su amor no tiene condiciones. Su gracia no se agota.
No pierdas la esperanza. No cierres tu corazón. La sanidad de Dios es real, profunda y transformadora.
Lo que ahora es dolor, mañana será testimonio. Lo que hoy te hace llorar, mañana será motivo de alabanza.
Permite que Dios te toque. Que entre a ese lugar que escondes de todos.
Que ponga su mano sobre tu herida y comience el milagro.
Porque Él sigue siendo el mismo: el que sana todas tus dolencias.
¡Dios te bendiga!
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