Génesis 14:18-20
«Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.»
Reflexión bíblica de hoy:
Cuando Dios te encuentra en el camino
Hay momentos en la vida en que las victorias parecen personales, logros propios fruto del esfuerzo, la estrategia o la perseverancia.
Pero si prestamos atención, descubrimos que cada paso que dimos, cada batalla que superamos y cada puerta que se abrió tuvo la mano de Dios sosteniéndonos sin que a veces lo notáramos.
Así ocurrió con Abram. Después de una ardua lucha para rescatar a su sobrino Lot, lo último que esperaba era encontrarse con una figura tan especial: Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, quien lo bendijo en nombre de Aquel que realmente había dado la victoria.
La escena es sencilla, pero poderosa. Melquisedec se presenta con pan y vino, símbolos que mucho después tomarán un significado aún más profundo en la figura de Cristo.
Y en ese acto sencillo, Abram recibe una palabra que le recuerda que todo lo que tiene, lo que ha logrado y lo que ha ganado, viene de Dios.
No es su fuerza, ni su astucia, ni su posición. Es la bendición de Dios obrando detrás de cada paso.
¡Qué fácil es olvidar esto! Nos rodeamos de metas, tareas, desafíos, y cuando alcanzamos algo, corremos el riesgo de pensar que fue solo por nosotros.
Pero Dios siempre tiene una forma de aparecer en el camino.
365 Oraciones para Bendecir los Alimentos
A veces, como Melquisedec, nos encuentra a mitad del viaje, en el cansancio o la euforia de la victoria, para recordarnos que la bendición viene de lo alto.
Y no solo eso: también nos anima a reconocerlo, a devolverle en adoración, en gratitud, en entrega.
Abram respondió con generosidad. No lo hizo por obligación, sino por convicción.
Reconoció al sacerdote, reconoció a Dios en él, y entregó parte de todo lo que tenía.
Cuando entendemos de dónde viene nuestra bendición, el corazón se llena de gratitud y el dar se convierte en un acto de amor.
No damos por miedo a perder, sino porque entendemos que todo lo que tenemos ya es una extensión de la mano de Dios.
Tal vez tú también estás en una etapa de lucha, o quizá vienes de una gran victoria.
Sea cual sea tu momento, recuerda: Dios no solo te acompaña en la batalla, también te espera al final del camino con pan, vino y una bendición que afirma tu propósito.
A veces, una palabra de afirmación, una oración inesperada o una señal en medio del día son como ese Melquisedec: pequeños recordatorios de que Dios sigue presente, obrando, respaldando, bendiciendo.
No subestimes la bendición de Dios. No se trata solo de cosas materiales, sino de su presencia, su aprobación y su favor en tu vida.
Cuando te detienes a reconocer eso, tu vida se transforma. Te vuelves más generoso, más valiente, más consciente de que el Creador de los cielos y de la tierra te llama “bendecido”.
¡Dios te bendiga!
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