2 Tesalonicenses 2:16
«Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia,»
Reflexión bíblica de hoy:
Cuando Dios te abraza con su amor eterno
El amor de Dios es tan profundo que trasciende el entendimiento humano.
No depende de nuestros logros, ni se desvanece ante nuestros errores.
Es un amor que no se cansa, que no se apaga, que no se rinde.
Desde antes de que existieras, Dios ya te había pensado, y en su pensamiento ya te había amado.
Ese amor fue el que lo llevó a enviar a su Hijo, no para condenarte, sino para rescatarte del vacío, del dolor y de la culpa.
Es un amor que no solo promete eternidad, sino también consuelo en el presente.
Cuando el corazón se quiebra y las fuerzas faltan, el amor de Dios es esa voz suave que te dice: “No estás solo”.
Él se acerca en los momentos más oscuros, no para juzgarte, sino para restaurarte.
Su amor no es un sentimiento pasajero, es una decisión divina de permanecer contigo.
Es una llama eterna que ilumina tu camino aun cuando no la mereces.
Cada día, su amor se renueva y te ofrece esperanza.
Una esperanza que no depende de lo que ves, sino de lo que Él ha prometido.
Dios no solo te ama cuando todo va bien; su amor se hace más visible en la tormenta.
En medio de tus miedos, Él te sostiene. Cuando crees que todo está perdido, su amor abre un nuevo horizonte.
Cuando la culpa te pesa, su amor te cubre con gracia.
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Cuando la soledad te abraza, su amor te recuerda que siempre hay un refugio en su presencia.
A veces creemos que el amor de Dios se mide por nuestras circunstancias, pero su amor no cambia con el clima de la vida.
Su amor es el ancla que mantiene firme tu alma cuando todo alrededor se tambalea.
Es el perfume de la paz en medio del caos. Es la voz que te susurra: “Eres mío”.
Cuando todo parece incierto, su amor es la certeza que permanece.
Cuando el mundo te da la espalda, Él te abre sus brazos.
Y cuando sientes que no puedes más, su amor te levanta y te impulsa a seguir.
Este amor no busca recompensas, no exige perfección, solo espera que te dejes amar.
Dios no se decepciona de ti; Él ve en ti lo que aún no puedes ver.
Su amor tiene el poder de transformar las ruinas en esperanza y las lágrimas en propósito.
Deja que ese amor te sane. Deja que entre en los rincones donde nadie más puede llegar.
No necesitas ganártelo; solo necesitas abrir el corazón.
El amor de Dios es el más puro y eterno consuelo. En Él hay descanso, hay perdón, hay vida.
Y cuando permites que ese amor te abrace, descubres que nunca has estado solo, y nunca lo estarás.
Porque el amor de Dios no solo es real… es tu hogar eterno.
¡Dios te bendiga!
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