Éxodo 15:26
«y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.»
Reflexión bíblica de hoy:
Sanidad y Fidelidad en el Camino
La promesa de Dios en Éxodo 15:26 nos invita a confiar en su capacidad para sanar y proteger.
En este versículo, Dios se presenta como nuestro sanador, una fuente inagotable de curación tanto física como espiritual.
Él no solo promete liberarnos de las enfermedades físicas, sino también de aquellas que afectan nuestro corazón y nuestra mente.
Esta promesa está condicionada a nuestra obediencia y atención a la voz de Dios.
Es un llamado a vivir una vida recta, alineada con los mandamientos y estatutos divinos.
La obediencia a Dios no es simplemente seguir reglas, sino un acto de amor y confianza.
Al hacer lo correcto delante de sus ojos, demostramos que creemos en su bondad y en su deseo de brindarnos lo mejor para nosotros.
Cuando enfrentamos desafíos de salud o cualquier otra dificultad, recordar que Dios es nuestro sanador nos da esperanza y fortaleza.
No estamos solos en nuestras luchas; tenemos un Padre celestial que se preocupa profundamente por nuestro bienestar.
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Su deseo es vernos sanos y completos, tanto en cuerpo como en espíritu.
Esta reflexión nos invita a revisar nuestra vida y preguntarnos si estamos escuchando atentamente la voz de Dios.
¿Estamos haciendo lo correcto delante de sus ojos? ¿Estamos prestando atención a sus mandamientos y guardando sus estatutos?
Nuestra sanidad, en muchos casos, está ligada a nuestra relación con Dios. Al vivir conforme a sus preceptos, abrimos la puerta a su poder sanador.
La sanidad divina no siempre significa la ausencia de enfermedad, sino la presencia de paz y fuerza en medio de la tormenta.
Dios puede sanar instantáneamente, pero también puede darnos la capacidad de soportar y superar las pruebas.
En todo esto, su propósito es perfeccionarnos y acercarnos más a Él.
Al final, la verdadera sanidad viene de una relación íntima con Dios. Él es nuestro sanador, nuestro protector y nuestra fuente de vida.
Confiemos en su promesa y vivamos cada día con la certeza de que, en su amor y poder, encontramos la verdadera sanidad y plenitud.
¡Dios te bendiga!
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